La importancia de la prevención frente al ictus

Como hemos venido contando en artículos anteriores, el ictus representa un problema sanitario de importantes dimensiones en nuestro país. Se considera la principal causa de muerte entre las mujeres españolas y segunda en relación a los hombres. Además se prevé que uno de cada seis españoles pasará por uno de estos episodios en algún momento de su vida.
El ictus se manifiesta especialmente a partir de los 60 años, aunque puede suceder a cualquier edad, de manera súbita e inesperada.
A pesar de estos datos, el accidente cerebrovascular, como también se conoce, puede prevenirse, y es precisamente en este ámbito en el que actualmente se centran los esfuerzos.
Cada día existe más información acerca de este conjunto de enfermedades que afectan a los vasos sanguíneos, y que pueden derivar en la irrupción de la irrigación cerebral. Este hecho, que se producirá de manera momentánea o definitiva, ocasionará percances físicos de diferente grado.
La obstrucción de una arteria suele ser la causa más común, lo que se conoce como ictus isquémico; pero también puede originarse como consecuencia de la rotura de un vaso sanguíneo, este último, el ictus hemorrágico.
¿Cómo prevenirlo?
Como hemos comentado anteriormente, la prevención juega un papel imprescindible en la lucha contra el ictus.
Es cierto que existen factores de riesgo inevitables como la edad o los antecedentes familiares; pero también lo es que un alto porcentaje de los casos pueden prevenirse a través de pequeños cambios dirigidos hacia una vida saludable. Y es que hábitos como fumar, beber alcohol, el sedentarismo, el consumo de drogas, sufrir hipertensión no controlada, altos niveles de colesterol o diabetes, repercuten directamente en la irrupción del episodio.
La importancia de la celeridad tras el episodio
Cuando ocurre un accidente cerebrovascular, el tiempo y modo de actuación son fundamentales. Intervenir rápidamente ante síntomas como una pérdida brusca de fuerza en la cara, en el brazo, la pierna o en un lado del cuerpo; una pérdida de visión repentina; un dolor de cabeza súbito o una sensación de vértigo intenso, definirá las consecuencias que más tarde sufrirá el paciente.
Tras el episodio, un gran número de personas presentan secuelas que limitan y determinan en diferente grado su calidad de vida e independencia. Algunos paciente experimentan dificultades en el habla o debilidad lateral, impidiéndoles volver a su rutina diaria. En este sentido, es fundamental comenzar con la fase de rehabilitación de manera precoz, tras la estabilización del paciente.
El enfoque, por la complejidad de un episodio que, entre otras cosas, supondrá un impacto psíquico importante para el paciente, necesitará de una actuación global. Dentro de esta, el fisioterapeuta neurológico adquiere un papel destacado. Su labor, una vez realizada una exploración previa para comprobar el alcance de las lesiones, deberá ser consensuada con el paciente y con la familia de éste que deberá implicarse de manera activa también en el proceso.
Gracias al fisioterapeuta especializado, el paciente mejorará la eficacia del movimiento o de la postura. Este trabajará sobre el equilibrio, la estabilidad, el dolor o la espasticidad del paciente, influyendo decisivamente en su autonomía y estado emocional.
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